Ronald, el hombre tras la escafandra
Ronald está en Las Tunas, en casa. Ha transcurrido casi una semana y
Enelis empieza a creerse de verdad su regreso. El domingo pasado todo parecía
ficción entre tantos abrazos, risas y flashes. Pero es real: 10 hogares de este
territorio recibieron a los héroes de sus familias, a los enemigos del ébola
que volvieron felizmente a salvo. El de Enelis y Ronald es uno de esos.
El doctor Ronald Hernández Torres vino de otra Liberia. La que conoció
cuando empezaba la misión ya no existe y él afirma orgulloso que la
metamorfosis fue sobre todo por los hombres de la brigada Henry Reeve.
"El sistema de salud en ese continente está muy deprimido. De no
haber existido la ayuda internacional, la cubana, no podría hablarse de un
progreso en este combate. Al arribar nuestra delegación a África Occidental la
letalidad era de un 90 por ciento entre los infectados y conseguimos
disminuirla al 40.
"En Liberia cambiamos el protocolo de tratamiento. A nuestra
llegada a los pacientes se les ponía su comida al lado y nadie se preocupaba
por si la consumían o por alimentar con sueros a quienes no la ingerían.
Tampoco se realizaba guardia. Si después de las 10:00 de la noche ocurría
cualquier incidente nadie se hacía responsable de eso. Inicialmente a las 9:00
de la mañana, al entrar a la unidad de tratamiento, encontrábamos cadáveres ya
fríos.
"Empezamos a cambiar las cosas, el personal médico cubano
acostumbra a tocar al enfermo. Sin descuidar las medidas establecidas les
embutíamos la comida, los bañábamos, establecimos sistemas de guardia...
"Por suerte una parte de los especialistas de la Unión Africana
que fungían como jefes se había graduado en Cuba y nos preguntaban: ´Profe,
¿qué hacemos?´ Ellos estaban a cargo, mas nuestras voces se escuchaban. Así
logramos dar vuelta a esa mentalidad, humanizar la labor, aunque costó trabajo.
"Nuestra unidad de tratamiento era la de menos condiciones
estructurales, sin embargo siempre estaba llena y se decía que los tratados por
nosotros se salvaban. Miraban nuestros nombres en los trajes y nos llamaban. A
veces nos apenábamos con los colegas de otros países, pero igual asistíamos a
todos los que nos solicitaban atención, para eso estábamos allí.
"No pensamos nunca que nos fueran a recibir así. Ellos no querían
que viniéramos, incluso personal de enfermería, que laboraba con nosotros,
decía que si los cubanos se iban no trabajaría más.
"Cuban is a good people, decían los liberianos, que asombrosamente
nos identificaban entre los extranjeros. Una vez, en un mercado, se acercó un hombre
gritándome: ´¡cubano!´ y dijo haber sido curado por nosotros. Lo reconocí y me
presenté, entonces puso rostro a mi nombre, que ya él sabía y de inmediato
quiso abrazarme. Anécdotas hay miles, pero lo más importante de todo es lo que
piensa ese pueblo de nosotros".
Habla el doctor de sus hazañas médicas y humanas sin disfrazarse de
superhéroe, sin esconder sus temores, que de cierto modo lo salvaron.
"Siempre nos protegimos mucho. Entrábamos y salíamos de la zona
roja en parejas, sin excepciones. Si alguien salía lo hacía también su
compañero, aunque fuera a buscar reemplazo para alguno de los dos. El traje de
protección era muy incómodo, sofocante, pero imprescindible, por eso
preferíamos las madrugadas, eran más frescas.
"En mi vida profesional no he conocido padecimiento más terrible
que este. Es el peor de todos, sobre todo en la fase hemorrágica, cuando el
enfermo sangra por todos los orificios de su cuerpo: los ojos, la nariz, la
boca, las orejas... Y por la vagina se produce una pérdida incontrolable. Es
una experiencia dura y atemorizante.
"El ébola es real. El ébola mata, decían los carteles diseminados
por todas partes y la gente aprendió eso".
"Antes de partir Raúl saludó a cada uno, nos abrazó y nos dijo:
´Cuídense, regresen´. En todo momento tuvimos presente que el General de
Ejército nos había despedido. Sabemos que también nos hubiera recibido de no
ser por la cuarentena establecida y que durante ese período se mantuvo al tanto
de nuestro estado".
Ya en su tierra, lejos de la enfermedad y con los suyos, lo embriagan
los sentimientos. Existe uno que es el más poderoso.
"Emociones tengo muchas, la mayor de todas es saber que cumplí mi
deber", dice, y se nota que lo hace desde el alma, mientras su expresión
delata recuerdos aglomerados de gente que nunca vio su rostro, pero sí el
corazón bondadoso detrás de una rara escafandra con un nombre escrito.
Tomado de Eco Tunero
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